Verano en Nápoles



Hace poco Duhalde dijo, a propósito de la toma en Soldati, que aquel que gobierna sabe que en Diciembre hay que cuidarse. Estas palabras cínicas y patéticas tienen algun grado de verdad. Es la época del año cuando, por ejemplo, más se pudren las cosas en cárceles y manicomios.
La sensación de ansiedad que genera una noche de calor espeso es la oportunidad para pensar en sí mismo y en nuestras "opciones de libertad". Seguramente no sea solamente el calor sino también el fin de año y las fiestas lo que obliga a hacer un balance o a embarcarse, con mayor o menor grado de intencionalidad, en alguna práctica catártica.
A la vez uno puede sentir como se conmueven, al menos por un rato, ciertos hábitos de cálculo y planificación. Estamos todos un poco hartos de lo que llamamos la "rutina" y ansiamos fugarnos hacia algún archipiélago con otras (o ninguna) norma; un lugar (fìsico o mental) que nos de alguna prueba vital de que nuestra vida es algo más que eso que pasó de marzo a diciembre. Algunos como yo, son presas de ideales irrisorios que se traducen en listas de cosas por leer, por ver y por hacer. Una especie de entrenamiento anónimo e implacable que nos haga sentir a la altura de la historia (y su conquista).
Es sabido que lo propio de todo plan es que falle, y que el deseo se escurre y pierde su densidad como humo entre los dedos. ¿Y entonces? Yo no sé. Este año han sucedido (y todavía siguen sucediendo) cosas importantes. Pero la urgencia no es nunca buena consejera, y la espontaneidad (ya lo sabían los estoicos) solo vale cuando es el fruto contingente de la fuerza del coraje que madura (sin caerse de podrido).
Para aquel que lea, para mí, buen verano.

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