Un ninja robot.

Un ninja robot en el ascensor miraba distraído (pueden los robots o los ninjas distraerse?) una pintada en el panel superior, es decir en el techo, del ascensor: "Ayacucho miente". El ninja reflexiona (o solamente intuye?) que Ayacucho siempre ha mentido y que esta escritura humanoide es la conclusión de un silogismo que se gestó hace tiempo (acaso con la propia humanidad). A usted (o a mí) este pensamiento tal vez lo hubiese sumido en la melancolía, pero los ninjas robots no conocen otro sentimiento que la solemne satisfacción por el trabajo realizado. Esta pobreza de inteligencia artificial (tan distante de los niños sensibles spilgberianos) hace de un ninja robot, en este caso, llamésmolo Fabián, personajes bastante planos, poco interesantes, que no soportan más que una breve descripción. Como Fabián no fuma, o tan solo lo hace cuando decide que es la única forma de interactuar con un humanoide, no se enteró del conciliábulo (o aquelarre) que se desarrollaba (decir celebrar es demasiado) en uno de los balcones del 5to piso.
Allí se daban reunión el niño mónada (algo avenjentado ya, conservado el mote de niño a la manera de un torero español), Rosa Delux (la chica a la que todos amamos, aunque temamos amanecer con ella) y Rainer Gegel (un sabelotodo más charlatan que divertido, poseedor, hay que decirlo, de un valorable espíritu aventurero).
El niño mónada miraba y envidiaba el cielo azul (y a las ventanas) mientras pensaba que la política asamblearia le quitaba casi todas las posibilidades de destacarse. De pequeño había tenido alguna que otra aparición descollante, pero en la actualidad sus poderes habían pasado de moda y mataba el tiempo contando sus mónada como un chico aburrido que pasa una tarde de lluvia contando bolitas.
Rainer parecía abatido, debía esperar que los acontecimientos se desarrollen para poder elaborar alguna teoría implacable y omnicomprensiva que dé forma definitiva a los hechos de los últimos días. Lo que más lo irritaba era no poder oponer más que balbuceos a la emoción desordenada de Rosa. En realidad, lo que lo enmudecía, era esa forma trágica y alegre que tenía Rosa de presentarse a sí misma y a todo lo que la rodeaba, incluyendo a su supuesto compañero, Federico Chiche, a decir de ella: un prodigio irresistiblemente frágil (y escritor).
La estrategia de Rainer era sencilla: negar toda novedad o especificidad a cualquier cosa que pasara, más para ganar tiempo y elaborar nuevos conceptos que por auténtica convicción. En el fondo le daba igual y se imaginaba a Rosa Delux de Gegel (la cacofonía de su imaginación ya es motivo suficiente para comprobar la imposibilidad del deseo) en su cama, en su cocina, teniendo sexo arriba del lavarropas (funcionando).
Rosa pensaba insistentemente en la forma en qué caía su cabello sobre la frente (más de una vez estuvo tentada de ir a mirarse al espejo), pero también en que podría tomar unas cervezas con Rainer, a ver si lo daba vuelta, y el tipo se volvía un poco más interesante.

No hay comentarios:

Publicar un comentario