Putear a tiempo


A veces hay que putear a tiempo, después es tarde y vuelve la simpatía (o la indiferencia) por el mundo y uno se olvida de las cosas miserables que fue capaz de hacer, que dejó hacer, que otros le han hecho. Y en vez de guerra, muerte en el campo de batalla, o armisticio, queda una pegajosa sensación de intrascendencia, de estupidez, de cobardía.
¿Es el aburrimiento un estado de ánimo burgués? O al contrario, es la puerta de entrada a alguna forma de vida posible que se sustraiga del mandato de la productividad y de la diversión; binomio que complementa y coloniza nuestra capacidad de accion, nuestros placeres.
Ya sé, ya sé, no hay que evaluar nada a la hora del crepusculo, todo se cubre de cenizas o se carboniza por dentro, se rompe en las manos, dejándolas negras, no se puede tocar ya nada, ni comerse las uñas te queda.
¿Nuestra insatisfacción es el síntoma de una cultura podrida, o el producto de una época que nos forjó con el ideal de bebés que nunca se despiertan meados? ¿Estamos más allá o más acá de la capacidad de sobrellevar la dificultad de encarnar la pasión y asumir el riesgo del proyecto?.
Uff, cuánta abstracción.

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