Todo va bien?


Hay una tendencia tentadora por comenzar a escribir para contar el naufragio imaginario (de la imaginación?) del fin de la noche. A la vez, me acuerdo de una canción que canté en la cabeza en el parque al sol, hacia el mediodía, en sintonía con una radio que antes hubiese incendiado todo el aire. En la canción no importa nada, o casi absolutamente nada, y es liberador, y un poco triste también. Pienso en la hermosa parte de la película que pasamos ayer, del director que combina como nadie (como yo aún no puedo) el amor, la política, y el mundo entero, sin resoluciones grandilocuentes, claro. Por eso, no me animo entonces a hacer una figura clara de ese rejunte papel crepé, colorido, pero algo arrugado, cuando aclara, en los rincones de la fiesta. No hay imagen final, solo un lento ejercicio de asimilación, trabajo, distracción, o lo que sea que funde la experiencia, de lo que no sabemos, lo que surga más tarde, o nos espante con su ausencia.

Alguien dijo también, temprano en mi mañana, durante unas jornadas de filosofía, luego de unas ponencias de política: “el diagnóstico es admirable, el panorama es desolador”. Se habló de un lugar imposible, supongo que a las 5 de la mañana acá, entre estas teclas, todo adopta un aire de imposibilidad irremediable, una facilidad de abandonarse, como más tarde al viento de la avenida. Pero todo es un poco pegajoso y prosaico. Me hace recordar que alguien habló de la plata, del tiempo robado a la productividad dominante…. Y me acordé, mientras intentaba rastrear algo de Brecht, de una obra en la que aparece una ciudad en la que todo está permitido, si tenes plata… Creo que la idea más interesante de hoy fue algo, más o menos, contrario a eso. Quiero un freno y más viento, al mismo tiempo; cerca de todo esto, pero que se vuelva casi irreconocible.

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